Jornadas calderonianas en Yepes

Jornadas calderonianas en Yepes

 LAS JORNADAS CALDERONIANAS

UN VIAJE AL YEPES DE CALDERÓN

 

                      

CIPRIANO

¿Habrá       

para mí perdón?

JUSTINA

Es cierto.

CIPRIANO

¿Cómo, si el alma he entregado

al Demonio mesmo en precio

de tu hermosura?

 

JUSTINA

No tiene

tantas estrellas el cielo,

tantas arenas el mar,

como Él[1] perdona pecados.

 

(El mágico prodigioso de Calderón de la Barca.  Jornada III)

 

Estos versos de la jornada III de El mágico prodigioso contienen los temas básicos de la pieza, el pacto con el demonio y la conversión de los mártires a la fe cristiana, y con ellos iniciamos nuestro viaje por la villa de Yepes, con el deseo de despertar a los oyentes el interés por asistir al festival calderoniano que allí celebramos cada Corpus Christi.

           

 

 

 

 

 

 

 

 

El mágico prodigioso, el punto de partida.

 

Contamos con dos versiones de la obra de Calderón de la Barca; la que escribió por encargo del concejo de Yepes, para ser representada en las fiestas del Corpus Christi de 1637[2], y la que el propio autor adaptó para los corrales de comedias, publicada por vez primera en 1638, en la Sexta parte de las comedias del célebre poeta español Don Pedro Calderón de la Barca… sacadas de sus originales que publica la amistad de don Juan de Vera Tassis y Villarroel. [3] El manuscrito original se conservó en la biblioteca del Duque de Osuna y del Infantado, hasta que llegó a la Biblioteca Nacional de Madrid. No disponemos de más datos que los que rezan en la cláusula transcrita del puño y letra de Calderón:

  • Que la obra es original suya.
  • Que la terminó en Madrid, el 14 de mayo de 1637.
  • Que la compuso por encargo de la villa de Yepes, para que allí fuese representada.
  • Que la representación había de hacerse en las fiestas del Santísimo Sacramento, es decir, las del Corpus Christi.

 

Es posible que los habitantes de Yepes encargaran un auto sacramental[4] para su festividad más importante y no esta comedia de santos, que cuenta la conversión de Cipriano al cristianismo y su martirio al lado de Santa Justina, en tiempos del emperador Decio[5]. Si fue un auto o no el encargo importa poco,  al fin y al cabo “el desarrollo de la comedia de santos se relaciona  con la fiesta pública, destinada muchas veces a la exaltación del santo local; (y) su lugar de representación era la plaza o la misma iglesia” como el caso del género sacramental[6]; lo que sí resulta de interés es que el asunto fuera escogido por el dramaturgo y no impuesto por la villa de Yepes, cuyos santos son San Quirico niño y Santa Julita, su madre, naturales de la villa, también mártires, festejados el veintiséis de septiembre y, en la actualidad, San Benito Abad.

Al adaptar la versión yepesina para el público de los corrales, acostumbrado a escuchar alrededor de tres mil versos y no los cerca de cuatro mil quinientos que tenía la pieza para nuestra villa,  el dramaturgo eliminó la loa en la que el Demonio resumía el contenido de la pieza y redujo su extensión a las dimensiones habituales propias del teatro comercial. [7]

El mágico prodigioso es una obra de enorme complejidad, que desarrolla un tema de raíces medievales: el pacto con el demonio, la venta del alma a cambio de la sabiduría y la felicidad terrenas, a través del género hagiográfico, que permitía la catequesis de un público, entregado a los recursos espectaculares propios de la comedia de santos[8]. A la tradición hagiográfica se unieron las referencias mitológicas y literarias; en concreto, el mito de Prometeo, vivo durante la Edad Media[9].  Este material literario-mítico inspiró a Calderón, Marlowe, Goethe, Lermontof, Milton o Byron, que lo trataron según los cánones estéticos y filosóficos de cada época. En El mágico calderoniano se mezcla lo pagano y lo cristiano, la filosofía escolástica y la imaginería popular, que se nutría de cuentos sobre hechos sobrenaturales; no hay que olvidar las influencias germánicas con sus trasgos y espíritus invisibles y el interés que en la Edad Media suscitaba la alquimia, lo que favoreció la magia vulgar y la hechicería. Las narraciones de la monja Roswitha (930-1001) sobre vidas de santos, los Milagros de Nuestra Señora de Berceo, donde un Teófilo actúa como Cipriano hasta que la Virgen lo salva…pertenecen a esa tradición literaria del pecador redimido que tanto proliferó en la comedia de santos barroca.

 

En este caso, Calderón reflexiona sobre el libre albedrío, sobre la responsabilidad de cada ser humano en relación a sus actos; y se plantea por qué unos obtienen la gracia de la fe – como Justina- y otros, hasta alcanzarla, han de vivir un camino de engaños y sinsabores – como Cipriano-. De hecho, la pieza se pregunta por el concepto mismo de libertad,[10] existente sólo si es otorgada por Dios, como si el individuo fuera libre a medias. Por ello, la obra constituye uno de los pocos ejemplos de tragedias cristianas del siglo XVII, uno de los edificios literarios mejor construidos según la fórmula que Lope de Vega hizo triunfar en su Arte nuevo de hacer comedias,[11] una de las reflexiones más profundas sobre la lucha irresoluble de la voluntad humana frente a los designios de la divinidad.

Las jornadas calderonianas han creado el marco festivo con el que se conmemora el estreno de esta magnífica obra. Con ello se recupera una tradición iniciada en la Edad Media, cuando las festividades religiosas (La Resurrección, la Navidad, la Ascensión de la Virgen o el Corpus) se celebraban no sólo con las actividades propias de la liturgia, sino mediante representaciones teatrales que buscaban acercarlas al feligrés, catequizarle con la expresión artística de las procesiones y los dramas religiosos. Desde el siglo XIII estas representaciones salen del templo a la plaza, pasean por la ciudad los carros- hoy pasos procesionales- con imágenes o actores, y llegan finalmente a los tablados, llamados mansiones, de la plaza pública, donde tiene lugar la representación de misterios, que hablan sobre dogmas religiosos, o moralidades, sobre las vidas ejemplares de  santos.  El Corpus toledano se convirtió en la fecha más destacada para estas celebraciones, que unían lo profano con lo religioso,[12] con mayor tolerancia y sentido de lo que hoy permite la ortodoxia católica: la representación simbólica de Cristo sacramentado se paseaba en su reliquia, al lado de la tarasca, la tarasquilla[13], los gigantes, cabezudos, danzantes carnavalescos y la curia eclesiástica. El Barroco, teatral, propagandístico y emotivo, propició su desarrollo hasta que “agotado su tesoro”, la lira poética fue prohibida en el siglo ilustrado; pero hasta 1765, en cada festividad del Corpus Christi se exhibían de dos a cuatro autos, que recorrían después la geografía peninsular y que llevaban a cada rincón el mensaje religioso extraído de la Biblia (El hijo pródigo de Lope de Vega), de los mitos clásicos (Los encantos de la culpa de Calderón sobre el tema de Ulises y Circe), de la tradición legendaria (El hospital de los locos de José de Valdivieso), o de las circunstancias históricas (El año santo en Madrid de Calderón), al tiempo que hacían propaganda del omnímodo poder de la Iglesia católica, unida a la monarquía absolutista de los Austrias.

 

Calderón quiso representar en Yepes su Mágico prodigioso con ese mismo espíritu de los autos.

       Podemos imaginar, a partir de las didascalias, cómo pudo ser aquella representación de 1637, en la villa toledana de Yepes:[14]

“Suena un clarín a una parte de la plaza y entra por ella un carro pintado de llamas de fuego, tirado por dragones, yen él sentado el Demonio. Empieza a representar desde el carro y salta al tablado como lo dicen los versos”.

El Demonio interpreta la loa que resume el contenido de la pieza, vestido – probablemente- de camino, y nos advierte que su poder es limitado porque

 

“aunque no tengo ley ni obediencia,

nada puedo intentar sin su licencia” (la de Dios)

 

   El maligno pretende “alterar en su estado” a una mujer y a un hombre; la primera es cristiana en secreto por lo que ha de perturbar su virtud. Y a él, un científico obsesionado con la comprensión de los misterios de la divinidad, habrá de confundirlo en su ciencia. Calderón, a través de este prólogo, describe sobre el tablado una situación similar a la que vive Yepes ese día del Corpus: también en Antioquía, lugar de la acción dramática, es fiesta; se inaugura un templo dedicado a Júpiter, por lo que habrá procesión y otras celebraciones. Cipriano huye del bullicio y se retira al campo a estudiar, como de costumbre. Allí se topa con el Demonio, con el que discute acaloradamente sobre la esencia divina, discusión de la que sale victorioso el gentil, conocedor de la filosofía y la retórica escolásticas, como el dramaturgo. A continuación comienza la comedia “de capa y espada”. Desaparece el carro de fuego y llegan Lelio y Floro, dos caballeros importantes de la ciudad, peleando por una hermosa dama, Justina, a la que conocemos en la escena siguiente, hablando con quien ella cree su padre, Lisandro. El anciano le está contando las extrañas circunstancias de su adopción, hasta que un mercader, al que debe dinero, les interrumpe. Resulta extraño en la pieza que un personaje tan elevado moralmente se escape de sus acreedores, pero lo cierto es que su marcha coincide con la aparición de Cipriano, hechizado ya por la belleza de  Justina y convertido en el más fogoso de sus pretendientes. La virtuosa dama rechaza a los tres galanes.

Al mismo tiempo vamos conociendo a los criados, Moscón, Clarín y Livia, que actúan como contrapunto paródico de sus señores. Los tres han acordado amarse “alternative”, es decir, que tendrán el amor de la joven días alternos. En la versión yepesina los papeles de estos personajes cómicos interrumpen con mayor frecuencia la acción principal y tienen más desarrollo, sin duda, para captar la atención del público de la plaza.

Tampoco  podía faltar la escena de balcón. Lelio y Floro, impacientes por no recibir noticias de Cipriano, rondan de noche la casa de Justina. De la ventana principal ven descolgarse a un embozado, que no es otro que el Demonio, empeñado  con este ardid en “disfamar la virtud de Justina”. Consigue que los galanes, celosos y despechados, se olviden de la dama, aunque Cipriano se declara perdidamente enamorado:

 

“ni libros ni estudios quiero,

porque digan que es amor

homicida del ingenio”.

 

Las escenas de balcón se hacían en el primer corredor del corral, pero en el tablado de la plaza se precisaría un carro con una construcción que reprodujera una casa de dos pisos o un armazón que simulara una ventana en alto. Quizás el escenario se situó en la fachada del actual consistorio, para aprovechar un balcón natural.

La segunda jornada, en la versión de Yepes, presenta dos episodios que desempeñan la misma función de los entremeses en las representaciones del corral. El primero es un diálogo entre Clarín y Moscón sobre el haber cambiado de vestido, porque tanto él como su amo han abandonado el estudio y van “de seglares”. El segundo, casi al final del acto, tiene ciento once versos, el mismo carácter y los mismos personajes, que hablan del Demonio como de un huésped pesado. El colofón es la visión espeluznante que ha tenido Clarín y que él relata con la morosidad de un cuento popular: iba a mojar unas rebanadas en un huevo, cuando se apaga la vela y al ir a encenderla ve una mona que le está alumbrado; se trata del Demonio transformado en animal. En la trama principal, Cipriano es rechazado una vez más por Justina, y en su desesperación grita que por gozarla “diera el alma”, a lo que el Demonio contesta: “Yo la aceto”. Entonces, el lugar se transforma en un espacio mágico, donde estalla una tempestad con truenos, rayos y relámpagos. Cipriano ve una nave naufragando, que habría de recorrer toda la plaza hasta llegar al tablado, mientras los marineros gritan “!A la triza!”, “!A la escota!”, “!A chafaldete!”:

              

“Entra por la plaza una nave y los que vienen en ella representan a lo lejos, y el demonio en ella con otro vestido. La nave es negra”.

 

Sale el Demonio “con vestido diferente, como escapado del mar, en una tabla, y en saltando al tablado se va el bajel” – según reza en la acotación. En la España barroca y más aún en los medios rurales se creía que el demonio ocasionaba las tormentas, con lo que el efecto de tramoya debió infundir temor a los espectadores de 1637. La siniestra nave se va, como se fue el carro de fuego tirado por dragones que abría la representación, aunque en las escenificaciones de los autos solían adosarse al tablado, por lo que Calderón se desvía de las prácticas escénicas habituales para crear efectos plásticos y sonoros más llamativos. Asistimos a una comedia de enredo en los aposentos de Justina, que desemboca en el pacto solemne de Cipriano con el Demonio:

 

“que te enseñaré una ciencia

con que podrás a tu mando

traer la mujer que adoras”.

 

Ante las dudas de Cipriano, el Demonio mueve una montaña de lugar. En los corrales se haría corriendo una cortina o cambiando manualmente el palenque de sitio, pero en Yepes entra un tercer carro con un monte, que se abre y muestra a Justina durmiendo. Cipriano quiere acercarse a ella, pero el peñasco se cierra y la pierde, por lo que el filósofo se apresura a firmar el pacto con su sangre. En este acto y sólo en la versión de Yepes, Justina confiesa haber perdido “su quietud y su descanso” desde que conoció a Cipriano – lo cual resulta interesante desde el punto de vista de la complejidad del personaje-, y Lisandro descubre a Justina la identidad de su verdadero padre, Clotaldo, un caballero noble de Antioquía que había matado a su esposa por ser cristiana.

Y llegamos a la última jornada. Ha transcurrido un año y Cipriano, junto con Clarín, se ha especializado en las artes mágicas. El carro que trajo el monte en la jornada anterior, permanecería al fondo del tablado de la plaza de Yepes, donde se situaría la cueva donde se ha cumplido el noviciado del nigromante. Desde este paisaje el Demonio lanza un conjuro contra Justina, al que responden siempre unas voces cantando:

 

“¿ cuál es la gloria mayor

De esta vida?

                     Amor, amor.”

 

La música favorece el hechizo del Demonio y marca una transición escénica para trasladarlo en casa de su víctima. El Demonio aprieta más a Justina. En la lucha contra la tentación, vence la joven, que se marcha a orar al templo. Volvemos al monte donde Cipriano invoca a Justina sin lograr su propósito; cruza una sombra negra, una mujer con manto oscuro y Cipriano la sigue, como ocurre en El esclavo del demonio de Mira de Amescua, estrenada en 1612. Al atraparla, descubre que es un esqueleto y que su magia ha sido inútil. Calderón, consciente de que es un momento climático en su obra, advierte a través de la didascalia:

 

“Han de venir de suerte que con facilidad se quite todo y quede un esqueleto que ha de volar o hundirse, como mejor pareciere, como se haga con velocidad; si bien será mejor desaparecer por el viento”.

 

      ¿Desaparecería por el viento, mediante la nube o se hundiría por el escotillón. No lo sabemos.

Cipriano ya ha desenmascarado a su embaucador, aunque los graciosos ya sospechaban por su olor a azufre que se trataba del Demonio. La acción se precipita en estos últimos versos: Justina y Lisandro han sido prendidos en el templo; Cipriano se declara cristiano ante el Gobernador para correr la misma suerte que su dama. En la versión de Yepes aparece sólo esbozado este final, que se empaña con fragmentos innecesarios que Calderón, sabiamente, suprimió más tarde. Justina y Cipriano, ante la burla de los graciosos, se entregan contentos al martirio. Sus cadáveres se muestran al final para escarmiento de los cristianos, escarmiento que  la feligresía de la época asumiría como el triunfo de la fe, igual que en los autos la apoteosis de la Eucaristía:

 

“Esto se haga como mejor pareciere: el cadalso se descubra con las cabezas y los cuerpos, y el Demonio en alto sobre una sierpe. El Demonio confiesa la victoria de los santos y… cae velozmente y húndese”.

 

La segunda puesta en escena pudo verse al año siguiente, en un corral de la corte, representada por la compañía de Antonio de Rueda y Pedro Ascanio, con la famosa actriz María de Heredia, en el papel de Justina. Parker ha explicado algunos pormenores de la versión para los corrales.

Hemos recorrido los corrales del siglo XVII, sin haber podido documentar más noticias sobre la pieza. No encontramos la obra de Calderón hasta la década de los cuarenta, en el siglo XIX, con una representación en Alemania. En los sesenta existen representaciones en provincias, no en Madrid, de obras de Calderón. Las más representadas son El alcalde de Zalamea y La dama duende. En  1876 se representa El mágico en el teatro del Circo y en el 98, en el Español por la compañía de Amorós y Blancas. ¿Tan pocas veces Calderón en los escenarios decimonónicos? Sabemos que se estudiaban y editaban sus obras, que se conocía al dramaturgo, referente del mismo don Víctor Quintanar en La Regenta de Clarín… Pero se le representaba poco. Ya en el siglo XX, fue María Guerrero y su marido quienes llevaron a escena la obra de Calderón en 1906. Habría que esperar a 1950, para volver a disfrutar de las peripecias del Demonio con Cipriano, en un montaje con escenografía de Mampaso. Hasta los ochenta no reaparece la obra: Juan Antonio Quintana la monta en Valladolid, con motivo del centenario de la muerte del dramaturgo; en el 89, Manuel Canseco, en el 2000, la dirige Abel Folch. Más recientemente, Pérez de la Fuente. Todos parten de la versión que el dramaturgo arregló para los corrales y no de la primera, la de Yepes, la que en nuestro festival sirve como punto de partida y referente.

 

Las jornadas calderonianas, un festival en miniatura

 

Las jornadas calderonianas forman parte de un programa de actividades que pretende exportar la riqueza cultural, gastronómica y artística de la localidad. Se pretende recuperar el espíritu medievalizante de la fiesta del Corpus Christi, tan celebrado en la provincia de Toledo, vinculando lo religioso y lo profano. Para ello se organizan en torno a la fecha litúrgica, durante quince días, la semana anterior y la posterior a la festividad,  conferencias, concursos literarios, representaciones teatrales de obras del Siglo de Oro[15], conciertos barrocos, autos sacramentales en la Iglesia San Benito Abad, un mercado donde se venden los productos típicos de la localidad, como el aceite, los dulces de mazapán, el limoncillo o el vino. Un festival de cámara sobre Calderón de la Barca y su relación con Yepes, como poeta contratado por el concejo para celebrar con una pieza dramática ese 11 de junio de 1637,  festividad del Corpus Christi.[16] En este marco cultural, destacan las rutas dramatizadas con las que se abre o se cierra el festival.

En el año 2000 se celebró el cuarto centenario del nacimiento de don Pedro Calderón de la Barca; se multiplicaron, entonces, los estudios sobre su obra y los estrenos de sus comedias y autos. Como directora del Grupo de Teatro Kaos, me dirigí a las autoridades de nuestra localidad para proporcionarles la información que he expuesto arriba, con el propósito de participar en el conjunto de los homenajes, aprovechando la hermandad literaria entre Yepes y Calderón. En aquel momento, el Ayuntamiento, volcado en la proyección turística del pueblo,  asumió la tarea de organizar unas rutas dramatizadas, a partir de El mágico prodigioso. El objetivo era mostrar a los visitantes las riquezas turísticas de una villa en sus años de esplendor, los siglos XVI y XVII. Las rutas nacieron para enseñar los principales personajes de la historia de Yepes a los turistas que nos visitaban y a los mismos yeperos, en su mayoría desconocedores de las joyas arquitectónicas con las que convivían a diario. En los monumentos más importantes se representaba una breve escena que resumía los pormenores de la fundación o alguna particularidad de la vida yepesina. A lo largo de una hora y cuarto de duración, las tres primeras jornadas calderonianas mostraron aspectos destacados de la historia de aquellos siglos, pero lo que es más importante, se pusieron en marcha. Es cierto que las rutas teatrales son el vehículo más habitual para vender la cultura de muchas ciudades, pero en nuestra localidad supusieron la toma de conciencia de un patrimonio digno de ser mostrado y teatralizado. Esas primeras rutas, las del 2004,  fueron el germen del complejo espectáculo que, a partir de la IV edición de las jornadas calderonianas, se estrenaría en el año 2008.

 

Un viaje por el Yepes de Calderón, el arte y la concordia[17]

 

Este montaje surge con tres objetivos; el primero, enseñar “deleitando” la historia de la villa. El segundo, hacerlo a través de un espectáculo unitario, que vincula la música, el arte plástico y la palabra, a partir de una investigación rigurosa y creciente de nuestro patrimonio cultural. El tercero de nuestros propósitos era favorecer la convivencia y el trabajo comunitario más allá de las diferencias políticas o personales.

Respecto al primero, es nuestro deseo dar a conocer la historia y la intrahistoria de la villa; es decir, el pulso cotidiano de los yeperos en el XVII, con lo cual no sólo pululan por aquellas escenas, las figuras destacadas de la época, sino gentes anónimas, cuyos oficios y maneras constituyen un fragmento de la España áurea. En este sentido, las veintidós escenas de nuestro espectáculo giran en torno a un tema básico, la celebración de aquel Corpus Christi de 1637, cuando don Pedro Calderón de la Barca, vino a la villa para estrenar su comedia de santos, con la tramoya propia de los autos sacramentales. Las escenas mostradas tienen lugar en distintos momentos del siglo XVII; viajan desde 1602 (la fundación del hospital de la Concepción- llegada del Santo Dubio[18]), 1606 (Fundación del convento de las Carmelitas), 1609 (Expulsión de los moriscos), 1637 (estreno de la pieza calderoniana), 1665, fecha del romance que canta el ciego en la fachada de la ermita de San José. En cualquier caso, cada uno de los acontecimientos o anécdotas narradas en las escenas, van entretejiéndose para crear un laberinto de alusiones, de correspondencias que crean el mundo literario e histórico de un Yepes barroco imaginario. Así, cubrimos el segundo de nuestros objetivos: crear un drama de estaciones, es decir, una pieza dividida en pequeñas unidades relacionadas entre sí, a través de sus personajes o conflictos: si en la escena del convento conocemos a doña Catalina del Castillo y a su esposo, discutiendo sobre los pormenores del testamento de la hermana de éste, doña María de Robles Parra, volveremos a recordarlos cuando la fundadora del Hospital de la Concepción lea su testamento. Si doña Isabel del Águila se escapa, en su coche, para ver comedias, volveremos a toparnos con ella y sus lacayos en otra calle… Son algunos ejemplos que muestran el sentido unitario de un espectáculo siempre abierto a modificaciones, personajes nuevos, puntos de vista distintos respecto a un hecho, y que los archivos de Yepes, debidamente explorados, pueden enriquecer en el futuro.

Enseñar deleitando hemos dicho, comprender nuestra historia y compartirla con los visitantes, para que la villa de Yepes crezca en importancia, para que su proyección turística proporcione prosperidad a sus habitantes[19]. Pero enseñar y expandirse a través del teatro. Y Un viaje por el Yepes de Calderón es, por encima de estos propósitos propagandísticos y pedagógicos, puro teatro. A lo largo de las dos horas y veinte minutos de duración, se muestran veintidós breves comedias, diminutos dramas que no pretenden tan sólo proporcionarnos un dato o una fecha, sino plantear un conflicto teatral, contarnos una historia mínima con personajes que padecen, ríen, lloran; laten con el pulso del arte. Para lograr un espectáculo total era necesario la incorporación de la música en vivo, con creaciones originales, como las de los componentes del grupo Aljibe en el la escena del corral de comedias, o la Charanga El Alboroto en la fiesta sacramental de la última escena; piezas clásicas como la del cuarteto de cuerda y flauta en la fiesta del Corregidor,  los vientos del Hospital de la Concepción,  el violín del convento de las carmelitas; o populares como las seguidillas de los Coros y Danzas “La Picota”.

Iniciamos nuestra andadura en una de las cuatro puertas de la muralla, la de Toledo o Arco de la Virgen del Carmen.[20] Un guía presenta a los visitantes el itinerario de este viaje teatral  por la villa llamada  “Toledillo”, tanto por su riqueza histórico-artística como por su urbanismo, en cierto modo similar al de la ciudad de Toledo: valles, murallas” y la magnífica colegiata.  El Alguacil detiene al grupo, adarga en mano:

 

Alto y no dé un paso más ningún cristiano sin pagar el justo portazgo! (El Guía le da una moneda)  Poco real es éste para tanta calza y camisa, aunque no sean al uso de estos tiempos. ¡Eh! Será menester entreguen palos y armas, que es día de fiesta, y mercado hay donde llueven las ganas de alboroto.

 

Después de pagar al Alguacil el tributo por las mercancías que entraban en la villa, entramos al patio del convento de las Carmelitas, donde conocemos a dos personajes importantes de la historia de la localidad: Doña Catalina del Castillo y su esposo, don Alonso de Robles Parra, que viene muy enfadado porque el testamento de su hermana, doña María, determina enterrarle en la iglesia del hospital que ha fundado en medio de la bóveda, “donde pisa todo el mundo”. El noble reprocha a su mujer la excesiva dedicación a las letras sacras y el abandono de sus deberes conyugales, para dedicarse a la fundación de un convento[21], hecho que tendrá lugar en diciembre de 1606[22]:

ALONSO: Sí, ya lo sé, esposa, ya lo sé. Él mismo te inspiró, para que fundaras este magnífico convento de carmelitas, siguiendo esa revelación tuya del día de la Virgen de 1600… Seis años llevas repitiéndolo cada vez que nos visitan las familias más poderosas de la villa: los Chaves, los Luna, los Mora, los Ocañuela- hasta a los Ocañuela, que ni son de aquí-; se lo relatas a todo el mundo. Mi esposa ha heredado el don de la oratoria de su benemérito tío Fray Diego de Yepes, que fue obispo de Tarazona y confesor del rey.

(…)

 

ALONSO: Sois Catalina del Castillo, mi esposa. ¿No sería más propio de vuestra condición y estado abandonar esta costumbre y servir los votos del sagrado matrimonio? ¿O deseáis, acaso, traspasar el umbral de estas puertas y encomendaros por entero a Dios?

 

Caminando por la calle de los Palacios o Calle Toledo, una de las arterias principales de la villa, el visitante se topa con la casa del Águila, también llamada de López-Bravo porque perteneció a este ministro de la República[23], en 1931. De allí saldrá otro personaje, doña Isabel, a la que aguardan sus lacayos para portarla en litera. El Ama intenta detener  sus escapadas para ver comedias, esas comedias que acoge el mesón de don Luis de Acelga o don Francisco de Olarte, yepesinos que sabemos regentaban sendas tabernas en la época[24]. El guía aprovecha el camino para hablar de la Inquisición, dado que el padre de nuestra dama errante fue familiar del Santo Oficio y, como tal, se dedicaba a vigilar anónimamente a los paisanos a cambio de prebendas. Se nos hablará igualmente de la economía de la villa y de los productos típicos de nuestra agricultura, de las labores artesanales que bolilleras y bordadoras realizan en los patios típicos, de gran belleza arquitectónica, como el de la Casa Álvarez-Palencia.

Ya en la calle Odreros, hoy de los Mártires, y también denominada de Calderón de la Barca en el siglo XIX, el Pregonero nos invita a ver una comedia “al uso de las que se hacían en la corte”, que – con motivo de la llegada del Santo Dubio[25] en julio de 1602, se acompañaron de otras festividades como toros en la plaza pública y el mercado de la calle Herrerías. El viajero vuelve a toparse con Doña Isabel del Águila, que busca el mesón donde se estrena la última comedia. El guía le da las indicaciones pertinentes y, en su diálogo, alude a los hospitales, hoy desaparecidos, el de San Pedro y el de San Sebastián[26], sitos en las proximidades de la actual calle del Mortal/San Pedro.

Se aprovecha para entrar en la zona de los dos hospitales conservados[27], el de San Nicolás, que recibía el patrocinio del concejo y acogía enfermos pobres como la Mendiga, procedente de las cuevas[28] de San Francisco, que nos aborda en plena calle, enfebrecida y con su hijo en brazos. En la escena se introduce un anacronismo[29]; aludimos al libro de viajes que escribió un ilustrado, Don Antonio Ponz[30], en el siglo XVIII y que describe con todo detalle el estado de esas viviendas excavadas en el cerro.

Doña María de Robles Parra y su primo, Juan Crespo, protagonizan la escena de la ermita de la Concepción, actual museo de la villa y único monumento del complejo hospitalario homónimo. El mayordomo mayor lee el testamento que la fundadora dispuso y que se conserva en los archivos municipales. El tono de sutil humor, propio de la alta comedia, procede del carácter irónico de doña María y de la amistad entrañable que la une a su primo, un hombre tímido pero perspicaz. Crespo la visita semanalmente para informarle de los chismes del pueblo, dado que doña María ha decidido llevar una vida casi conventual. De nuevo se alude a esa dama principal loca por los cómicos, doña Isabel del Águila, lo cual horroriza a la fundadora porque

 Sólo con ver un cómico se va al infierno de cabeza; si lo dicen los Santos Padres; que son gente de malvivir. Y si los cómicos pecan, ¿no han de pecar los que con cómicos comulgan? El pecado es contagioso. ¿Para qué crees que he puesto la iglesia al lado de un hospital?

CRESPO: Algún cómico habrá que sea cristiano viejo y piadoso. En la corte he oído decir que son devotos de la Virgen de la Novena[31] y que dan parte de su soldada a los hospitales de pobres.

MARÍA: ¡No me digas, Crespo! ¡Como yo!

CRESPO: Pues como dice el refrán  que a papel sabido no hay cómico malo, tampoco hay mal noble si funda un hospital. (Ríen)

 

Salimos, acompañados de la música de Corelli, y nos recibe la del cuarteto de flauta y cuerda, en la Casa del Corregidor. Allí hemos situado la fiesta en honor a otro ilustre yepero, don Gaspar de Bonifaz, espía de Felipe IV[32], hasta su muerte acaecida en 1639; amante de la poesía, poeta él mismo, amigo de los más famosos escritores de la época, torero y autor de una de las primeras reglas sobre la lidia. Don Gaspar invita, entre chanzas y bailes, a los asistentes a su fiesta, a degustar algunos productos de la villa: limoncillo y melindres, ya alabados por otro compadre suyo, don Francisco de Quevedo. El Ama y el Corregidor participan de la fiesta, la una burlándose de las bravuconadas del espía y el otro, aplaudiendo sus versos:

 

Dime, guarda del toril,

¿por qué mostraste pasión

siendo igual la obligación

al toro que al alguacil?

 

Ya comidos y bebidos, es el momento de entrar en el Mesón, donde los cómicos que tanto se han anunciado en las escenas pasadas, están a punto de iniciar su representación. A partir de la arquitectura de los patios, hemos reconstruido un corral de comedias con su cazuela repleta de mujerucas vivarachas, su mosquetería donde aguardaban de pie soldados ávidos de tocar el pie de las cómicas, las gradas que ocupaban bachilleres y gentes de sotana, y los aposentos de los nobles. Mostramos el ambiente festivo que acompañaba al público de los corrales durante las representaciones; una vez que salen las guitarras, el personaje de Laurencia lamenta su desgracia ante el público asistente, en unos versos de la Fuenteovejuna de Lope de Vega, inolvidables:

 

¿Vosotros sois hombres nobles?

¿Vosotros padres y deudos?

¿Vosotros, que no se os rompen

las entrañas de dolor,

de verme en tantos dolores?

Ovejas sois, bien lo dice

de Fuenteovejuna el nombre.

 

Y a una emoción dramática de tal intensidad había que oponer un pasacalles divertido, con el que alentar los ánimos de los visitantes, hasta la calle Herrerías. Hasta allí nos lleva la música del Grupo Aljibe y allí nos esperan las Lavanderas que van a las fuentes romanas del valle[33]. Se trata de un entremés divertidísimo sobre la limpieza del cuerpo y del alma: la buhonera, personaje propio de nuestra literatura picaresca, rinde homenaje a la Celestina cuando habla de la vejez tiñosa que es “mesón de enfermedades y posada de pensamientos”. En su carpe diem[34] insta a las lavanderas a lucir perfumadas y limpias para disfrutar mejor de los placeres de la carne. La respuesta de las mujeres no se deja esperar: el marido las tienta igual sucias que limpias, sobre todo, si les preparan unas buenas gachas con tocino. A golpe de canción tradicional (Gerineldo, Gerineldo) suenan escobazos, maldiciones y tirones de pelo, hasta que deciden regresar a sus quehaceres en la fuente, después de visitar el Mercado al final de la calle. En él se ha pretendido reconstruir la atmósfera bulliciosa de la época: oficios propios del XVI y XVII – como el del buldero-[35], otros que hablan de la actividad económica de la villa – la jabonera[36], las verduleras, la vendedora de legumbres, el carnicero, el arriero…- ; algunos tipos que retratan el paisaje social de aquella España de moriscos, jugadores de naipes, recitadores de pliegos sueltos y ladronzuelos.

Uno de ellos se exhibe en la Picota, monumento que data del siglo XV, con sus borlas estilo Reyes Católicos, y que estaba destinado a mostrar a los condenados para escarnio público. En ella tiene lugar uno de los monólogos más conmovedores del viaje, el de la mujer que lamenta el sufrimiento de su marido, condenado por robar una vaca para dar leche a sus hijas.

Robó dos bestias a un caballero que tenía cien y ofendió con sus palabras a la Santa Hermandad. “¿Por qué estáis aquí?”, preguntó delante del señor corregidor. “Por hambriento”, dijo, “Y por cristiano”. “¿Por cristiano? Ofendéis a Dios”.  (…)Por cristiano, porque Dios encomendó a los padres alimentar a sus crías y así hice; poner en sus bocas la leche de una vaca que andaba suelta en el prado”. “Pero no era vuestra aquella vaca”. “Mis hijos tenían hambre y sed y soy cristiano. Si llevaba nombre al cuello, no lo sé, porque ignoro las letras”.

 

La Santa Hermandad, a lomos de su caballo, exige a los viajeros que continúen el camino, si no quieren sufrir su misma suerte. Se vuelve a entrar en la villa, a través de la puerta de Ocaña, donde conocemos a otras figuras destacadas: el yepero don Diego Ufano Velasco, capitán de los tercios de Flandes, autor de un libro sobre armamento militar, y conocido con el sobrenombre de “El Castellano de Amberes”; y a doña Elvira de Luna Miranda, que intenta seducirlo sin éxito. Ni siquiera el viaje por las ermitas de San Antón y San Sebastián, en el camino de Toledo, hoy inexistentes, desde donde se veían las extensas propiedades de la dama, lo convencen.

Cerca de las torres albarranas que restan de la muralla medieval, nos esperan los Coros y Danzas de la localidad. Acompañan al indiano yepesino, recién llegado del Potosí, que acaba de casarse con la sobrina del señor arzobispo, cuya residencia se sitúa en el palacio, frente a la iglesia. Tras las seguidillas lopescas y el baile de la boda, el Ciego y su lazarillo nos aguardan en la fachada de la ermita de San José, la única que resta de las muchas existentes en la época. Contarán “la verdadera historia de la guapa que se volvió fea”, como anunciaron en el mercado las vendedoras de pliegos sueltos. Es un romance truculento que anduvo en la tradición oral desde 1665:

Escuche el que tenga oídos,

escuche el que no sea sordo

esta historia verdadera

que causa terror y asombro.

En Yepes, villa famosa,

que de Madrid Corte Regia,

de Carlos II, el Grande,

se divide siete leguas,

cuyos ricos labradores

en abundantes cosechas,

de las haciendas que gozan

pierde el cristiano la cuenta,

vivía con Ana Juárez

su esposo, Lucas Cepeda.

Dióles el Cielo una hija

tan bella como discreta,

tan hermosa como vana,

tan vana como soberbia,

que al cumplir los veinte años,

en extremo tan perfecta,

mata con sus ojos garzos

a quien sus ojos requiebra.

(…)

Y entonces su rostro hermoso

se convierte en una fiera

y pierde de su figura

la beldad de su presencia.

Todos  huyen al mirarla,

y otros piadosos rezan.

 

Recorremos la calle Ancha, donde vivían sangradores, albañiles, odreros y doña Catalina Sarmiento, propietaria de una tienda de comestibles. Una artista local la ha representado, junto con don Francisco de Quevedo, al que gustaba visitar la villa para comprar los dulces alabados en su novela El buscón. Otros peleles aguardan al visitante; un grupo de bailarines mimarán la pelea entre mozos y mozas por el muñeco de trapo, que representa el apóstol traidor, Judas, y que cada domingo de Resurrección se mantea en las calles del pueblo, mientras entonan la canción tradicional:

Si queréis el pelele

nos tenéis que dar

una arroba de vino

para limoná.

 

Arriba el pelele

tu madre te quiere,

tu padre también,

toditos te queremos.

¡Arriba con é!

 

Y otra batalla sigue a ésta, la que recuerda cómo los yepesinos pelearon por la custodia sagrada, que los sarracenos habían robado en 1390. Será rememorada en la escena de los Esparteros. Mientras trabajan sus piezas artesanales, discuten sobre si los yeperos lucharon como tigres o como leones, “para defender la fe cristiana”. Nos hallamos en el barrio judeomorisco, donde se situaba la antigua sinagoga  donde se escondieron los ladrones. Bajando la cuesta se ven las cuevas que la Mendiga de los hospitales aludía.  En este barrio se situaba el antiguo convento de las monjas Bernardas y vivían los yepesinos que habían llegado en el siglo XVI procedentes de Granada. Judíos conversos y moriscos convivían con los cristianoviejos. No sabemos el alcance que el edicto de la expulsión tuvo en 1609, pero dejamos que Livia y Moscón- dos nombres extraídos de los graciosos de El mágico prodigioso calderoniano- nos lo cuenten. Él, por si acaso, prefiere faltar a su palabra de matrimonio con las morisca y hacerse cómico, huir en la carreta de una compañía de a la legua[37]. Ni las amenazas de Livia lo disuaden de su decisión. Él puede hacer “el barbas”, el donaire o gracioso e incluso el galán, “si se aprieta la ropilla”[38], y así lo demuestra recitando una décima de El mágico, perteneciente a la jornada I:

“Hermosísima Justina,

en quien hoy ostenta ufana

la naturaleza humana,

tantas señas de divina,

vuestra quietud determina

hallar mi deseo este día;

pero ved que es tiranía,

como el efeto lo muestra,

que os dé yo la quietud vuestra

y vos me quitéis la mía…[39]

 

Livia se burla de él con unas quintillas de la jornada III de El mágico prodigioso:

 

¿Quién eres tú que has entrado

hasta este retrete mío,

estando todo cerrado?

¿Eres monstruo que ha formado

mi confuso desvarío?

 

La morisca no cree que un bando real pueda expulsar de su casa a los hombres que llevan tantos años observando las costumbres cristianas y pide al Guía que lea el cartel anunciador, colgado en la ventana.

 

LIVIA: Mosconcillo, no te burles. ¿Cómo va a querer el rey nuestro señor echarnos de esta tierra? Moscón, que los cómicos pasan mucha hambre y a ti te gustan mucho mis gachas con chorizo… ¡Ay, si será verdad! Señoría (al Guía), ¿podría vuesa merced leerme el bando aquel? No soy letrada, Dios me perdone. ¿Pone que se echa a… alguien… de casa…?

 

GUÍA: Se anuncia teatro y fiesta…

 

Se trata de un soneto con estrambote[40] que pregona el comienzo inmediato de la representación de El mágico prodigioso en la plaza del pueblo, una representación en la que

 

Habrá tarasca, baile en toda parte

que al misterio sagrado y misterioso[41]

dará los misterios del sagrado arte.

 

La música de La Charanga nos conduce a la plaza del pueblo, pasando por uno de los arcos del palacio arzobispal en la calle Fray Diego de Yepes, donde se sitúa la casa de los padres de San Juan de la Cruz, cuya “Llama de amor viva” leía en la escena inicial Doña Catalina del Castillo. El guía cuenta a los visitantes la historia de la construcción del palacio arzobispal[42] y la Plaza Mayor:[43]

 

Los portales datan del siglo XVIII y aquellas casas, frente a la colegiata, son del mismo siglo XVII. No dejen de admirar el palacio de la calle Calvo Sotelo, que – aunque no puede visitarse por ser propiedad privada- es un hermoso ejemplo de la arquitectura nobiliaria de la villa, en perfecto estado de conservación. Perteneció a un familiar de la Inquisición.

 

Antes de asistir a la fiesta del pregón, hemos de conocer a su protagonista, el gran poeta Pedro Calderón de la Barca que, en el ayuntamiento, discute con el alcalde de la  villa sobre los detalles de la tramoya. Las pretensiones del dramaturgo no son entendidas por el concejo, que ignora lo que son “chirimías” y no comprende por qué el poeta se empeña en poner truenos o en que escupa fuego la trampilla del tablado. Con un fuelle y unos cacareos del alguacil sería más que suficiente, según el alcalde, a lo que Calderón responde:

 

CALDERÓN: ¿Y quería el concejo festejar el Corpus Christi con un auto? Parecerá entremés.

ALCALDE: Aquí gustan mucho los entremeses.

CALDERÓN: Encomiendo esta empresa al sagrado misterio de la fe y del arte, que triunfa siempre y no siempre sabemos cómo. 

 

Y el alcalde le regala un libro con la historia de la villa, que compró el concejo al rey en 1574,[44] junto con unos versitos llenos de ripios. Calderón se escabulle como puede y tras él va el grupo, hasta la joya de la villa, la llamada “catedral de la Mancha”, diseñada por don Alonso de Covarrubias en 1534  y cuyo retablo exhibe las obras maestras de Luis Tristán, firmadas en 1616, que recibe a los visitantes:

 

 

TRISTÁN: ¡Bienvenidos, señores! Ya empezaba a sentirme un poco solo. De vez en cuando me asomo y, para entretenerme, miro mis cuadros. ¿Ven el de la derecha, La Adoración de los Reyes?[45] Ahí me retraté. Es verdad que me arreglé un poco la nariz, pero los pintores también somos coquetos. (…) Nos gustaba eso del tenebrismo y no crean que era por tener un defecto en la vista… ¡A quién se le ocurriría semejante estupidez! Así veíamos el mundo mi maestro y yo: agitado y nervioso, como este retablo mío de 1616… ¿Ven la fecha? 1616.

 

Los dos artistas, Covarrubias y Tristán, se encuentran en el altar de la iglesia, a pesar de haber vivido en décadas diferentes; la escena respira irrealidad y ensoñación. Al presentarse, se confunden entre sí: Tristán llama a Covarrubias, “el mismísimo arquitecto de El Escorial”,  y Covarrubias cree estar delante del Greco y no de su discípulo. Esta pequeña broma permite conocer algunos errores históricos y aproximar los personajes al público, mostrando su talante más humano y burlesco. Una música celestial interrumpe su conversación y entonces comprenden dónde se encuentran realmente:

 

TRISTÁN: Porque estamos en el cielo, ¿no, señor Covarrubias?

COVARRUBIAS: ¿No oye, el señor Tristán, esa voz celestial? Si la belleza emana de Dios Padre, donde hay belleza ha de estar el Señor… ¿No es ese el lugar del cielo, señores?

Y desde el cielo que nos ofrece la panorámica de esta iglesia gótico-renacentista, el grupo se incorpora a la fiesta barroca con la que finaliza el espectáculo. En ella hemos querido reproducir un fragmento de lo que pudieron ser aquellas procesiones sacramentales del barroco, ejemplo de colorido y música: sobre la tarasca, el Demonio, personaje principal de la comedia hagiográfica calderoniana. Tras la música, una cohorte de jóvenes que representan las pasiones demoniacas, y los siete pecados capitales, rodean la alegoría del Pecado y a la Virtud. Detrás dos virtudes teologales, la Fe y la Esperanza como gigantes que bailan al lado de otros cabezudos. El Demonio interpreta la loa de la versión que Calderón escribió para Yepes:

Infernales dragones,

que deste carro mío sois tritones,

y sin paz ni sosiego

en el viento surcáis ondas de fuego,

parad en ese monte,

que última línea es deste horizonte,

pues es adonde vengo

de la licencia a usar que de Dios tengo;

que aunque no tengo yo ley ni obediencia

nada puedo intentar sin su licencia.

 

Con estas breves  piezas dramáticas daban comienzo las representaciones en el Barroco, se resumía la obra y se apaciguaban los ánimos del público. Paradójicamente, con esta pieza-prólogo, se cierra “el viaje”, aunque, en realidad, no se trata de un punto final, sino de una invitación a seguir ruta el próximo año:

 

Y aquí se cuiden todos

del decir del Diablo y de sus modos.

Pues logra con su empeño

que la vida mortal parezca sueño.

Acabe ya este comienzo venturoso,

la loa de “El mágico prodigioso”.

Perdonando nuestras faltas

y aplaudiendo nuestros bienes,

aquí termina, señores,

la comedia de este Yepes.

Aplaudan a estos farsantes,

compren del mercado especies

y vuelvan con más aplausos

a vernos, si Dios lo quiere.

 

Nuestro segundo objetivo se ha ido cumpliendo en cada una de las estaciones que componen este viaje por el Yepes de Calderón y que ha sido también un viaje por el siglo XVII. [46] Sin embargo, nuestra mayor satisfacción no es el logro de una meta artística, a la que dedicamos tantas horas de ensayos y trabajo técnico, dos meses antes del estreno. Al menos no es la única. Quienes creamos Un viaje por el Yepes de Calderón nos hemos aplicado para alcanzar lo más difícil de toda representación teatral: el trabajo en equipo, un equipo que se ha aplicado generosamente, sin ningún ánimo de lucro. Pretendíamos comprometer al mayor número posible de yeperos o gentes foráneas, interesados en aunar voluntades y esfuerzos, cada uno en la medida de sus posibilidades, para lograr una meta común. La dirección del espectáculo no le ha pertenecido tampoco a una sola persona: la autora de este ensayo ha firmado la dramaturgia (versión e investigación documental), pero ha compartido la dirección actoral y el diseño de las escenas con  Manuel del Cerro, que también  ha sido el alma y el brazo de la organización escenográfica, y  Soledad Mancebo  que se ha ocupado, además del figurinismo. Inma Sánchez-Pérez, Jesús Carreño y Ángel Sánchez-Elvira encabezan el equipo técnico que organiza rutas, coordina el sonido y permite, en una palabra, que el viaje pueda caminar. Ninguno de nosotros habríamos podido realizar este sueño sin la labor de todos los nombres que figuran en el programa de mano. Ciento cincuenta personas entre actores, figurantes, músicos, bailarines y artistas plásticos, costureras y tramoyistas.

Y gracias a las personas que tan generosamente han abierto las puertas de su casa para recibir las escenas, a los yeperos que han adornado calles y ventanas, a los cofrades del Santísimo Sacramento que prestan toldos y prendas para la ocasión, para convertir el casco antiguo en un camino de flores y juncos. Y sobre todo, Un viaje por el Yepes de calderón se hace merced al patrocinio y al apoyo del Ayuntamiento de Yepes, que nos ha encomendado el espectáculo.

Con Calderón empezamos y con él, con las últimas palabras de la gran obra que nos une para siempre a la cultura barroca universal, El mágico prodigioso, damos la orden, como en el teatro, de que baje el telón:

Pues dejando en pie la duda

del bien partido amor nuestro,

al Mágico prodigioso

pedid perdón de los yerros.

 

 

YOLANDA MANCEBO

Directora del Grupo de Teatro Kaos de Yepes

Profesora de la Real Escuela Superior de Arte Dramática

 

 

           

 

 

 



[1] Se refiere a Dios.

[2] Según  D.A. Sánchez Moguer, en su Memoria de “El mágico prodigioso”, 1881. En la actualidad estas fiestas se asocian con la festividad de San Pedro y San Pablo, en la que se adora la Santa Reliquia, el 29 de junio. Se trata de un paño sagrado que – según cuenta el milagro- se manchó con la sangre de Cristo en el momento de la consagración, para disipar las dudas del sacerdote. Este paño se dividió en tres partes: una quedó en el lugar donde acaeció el milagro, Cimballa; otro lo trajo aquí Fray Diego de Yepes, oriundo de la villa y el tercero se conserva en Roma.

[3] La cuarta edición aparece en 1683. En 1663 se había incluido en la Parte veinte de comedias varias, nunca impresas, compuestas por los mejores ingenios de España.  En cuanto a las ediciones posteriores, remitimos al  Manual bibliográfico de Reichenberger. Destacamos la de Losada, Obra selecta (La vida es sueño, El alcalde de Zalamea, El mágico prodigioso) de 1947; la de Aguilar de 1959, con las mismas piezas. Las Comedias religiosas, Espasa-Calpe, Madrid, 1963, edición anotada de Valvuena Prat. La de Wardropper, en Cátedra, de 1986 y la edición de Bernard Sesé en el 80, editada en Espasa-Calpe.

[4] Pieza teatral en un acto, con personajes alegórico-simbólicos y que contiene una exaltación de la Eucaristía o de la Redención del hombre, a lo largo de un argumento bíblico, legendario, mariano, filosófico…

[5] Siglo III d.d.C. 249-251 a.d.C.

[6] Maria Grazia Profetti, “La comedia de santos entre encargos, teatro comercial, texto literario”, en La comedia de santos, actas del coloquio internacional celebrado en 2006, Almagro, UCM, pág. 234.

[7] Existen diferencias notables entre la versión manuscrita y la impresa- de 1663-: esta última elimina las tiradas narrativas y completa la tercera jornada con la escena de la tentación de Justina. La edición de 1638 presenta las deficiencias del manuscrito.

[8] Los efectos de tramoya caracterizaron al género hagiográfico y eran muy del gusto del público de los corrales y de la plaza pública. Se trata de ver para creer. Wardropper, en el prólogo a la edición de la pieza, insistge en que “lo maravilloso cristiano es un componente imprescindible en este género”. Las manifestaciones de lo sobrenatural abarcan las profecías, voces celestiales, visiones, tormentas, milagros… En El mágico “se vuelve un monte a su lugar”; en El José de las mujeres, también de Calderón, el demonio maldice “dejándose caer precipitadamente en medio de voces, música y llamas”.

[9] Según la Teogonía  de Hesíodo, Prometeo privó a los mortales del fuego, pero – llevado del amor por los hombres- quiso restituírselo y robó algunas chispas del carro del sol; Júpiter, entonces, mandó a Vulcano forjar de tierra amasada con lágrimas una mujer para seducir al hermano del titán que fue amarrado a una columna donde un águila le roe las entrañas que le crecen de nuevo. Hércules mató al ave y lo liberó. Esquilo creó en su tragedia a un héroe amigo de los mortales, a los que entregó el arte y las ciencias, por lo que le encadenó.

[10] El tema del libre albedrío y la gracia fue uno de los más tratados en el Barroco, y de los que más atrajeron a Calderón, cuyo pensamiento se moldeó en la escuela escolástica. Las discusiones en torno al tema entre dominicos y agustinos fueron muy frecuentes en la época.

[11] En 1609 esta breve obra resume la teoría teatral de Lope de Vega y constituye la poética del teatro barroco español.

[12] “Entre cofrades y danzas” dice Clarín, en la jornada I de la pieza.

[13] La tarasca es un monstruo con aspecto de dragón, que representa- según el “Leviatán”, los pecados; la tarasquilla era una joven que, a lomos de este animal simbólico, marcaba con su recién estrenado traje la moda en curso.

[14] Rafael Pérez Sierra lo ha estudiado en una conferencia inédita, mientras que Sesé- en su edición crítica- duda de que alguna vez se estrenara la comedia en la villa toledana.

[15] Vimos en 2008 la magnífica representación de Los comendadores de Córdoba de la Compañía Almaviva Teatro.

[16] En 2008 Felipe Pedraza nos habló del teatro áureo en general; en el 2009, Fernando Doménech, profesor de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, de la Magia y los Mágicos. En relación a los autos más interesantes representados en la Iglesia parroquial San Benito Abad, El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca en 2005, Creación del mundo y primera culpa del hombre de Lope de Vega en el 2006, a cargo del Grupo de Teatro Kaos; Auto de los cantares de Lope de Vega, de la misma compañía con música del grupo folk, Aljibe, en 2010 y Pleito matrimonial del alma y del cuerpo de Calderón de la Barca, que estrenó en 2008, la compañía Almaviva Teatro.

[17] Titulo así este epígrafe, ante la extrañeza de los que ignoran los conflictos políticos que vive la localidad y que vienen enrareciendo la convivencia en los últimos doce años.

[18] Fragmento del paño manchado con la sangre de Cristo, que llegó desde Cimballa.

[19] De hecho las autoridades municipales han exportado esta riqueza cultural en la Feria internacional de turismo.

[20] Contamos con otras tres: la puerta de Madrid o Arco de San Miguel; la de la Villa o puerta de Ocaña y la más moderna, que data del siglo XVI, la puerta Nueva o de la Lechuguina- que no está en el recorrido. Existía otra en la actual calle Hondón, hoy desaparecida. La muralla se construyó a lo largo de la Edad Media, sabemos que existía aún en el siglo XV, pero la decadencia de la villa fue despojándola de sus piedras, que se usaron como materiales para la construcción de casas… Las dos torres albarranas que hoy se conservan, de hecho, son propiedad privada y forman parte de una de las casas más antiguas de la localidad.

[21] Había en la villa otros tres conventos no conservados: el de los dominicos, sito en la actual Plaza de Santo Domingo, el de las bernardas, en el antiguo barrio morisco y el de los franciscanos descalzos alcantarinos, fundado en 1579.

[22] Contamos con el texto impreso de las vivencias de la fundadora, en el archivo municipal de la villa, cuyo título reza “Relación de la Fundación del Convento de las Carmelitas Descalzas en la villa de Yepes”, fechado en 1606.

[23] La casa formaba parte del convento de los dominicos, que eran calificadores de la Inquisición. Aún conserva el escudo en su fachada y la magnífica rejería, aunque se halla en estado de paulatino deterioro. Hace unos años, cuando aún se ocupaban de ella los propietarios, fue escenario de películas y series populares como Curro Jiménez, Cara de acelga, Nuestro obispo San Daniel…

[24] Se desconoce la ubicación del corral de comedias en Yepes. No es disparatado considerar que en alguno de  los mesones de la villa se representaran comedias, dado el interés por el género dramático de la época y de la localidad.

[25] …” el paño con la Sangre de Nuestro Señor- que así fue manchado cuando en Cimballa mosén Tomás hete que levanta la sagrada Hostia y duda, escrupuloso, de si Cristo ahí se consagraba… Y hete que derrámase en el paño la sangre de la misma para asombro de todos los cristianos… Y hete que Fray Diego de Yepes, natural de la villa, se empeña cristianamente en otorgar al concejo tan singular milagro…” (Pregonero)

[26] Tenemos noticia de otros dos hospitales desaparecidos: el de San Juan, en las proximidades de la plaza Mayor, y el de San Lucas, en la calle Real.

[27] Las rutas ofrecen dos posibilidades de itinerario: calle Mártires, hasta el arco de San Miguel, donde entramos en el Mesón de don Luis de Acelga, sito en la Casa Miranda; o Mártires-Hospital Viejo- José Antonio, en la que hemos situado el Mesón del Anís, en Casa Orosio. En este caso llegamos a la Calle Herrerías, por la actual calle de la Muerte, donde tiene lugar el pasacalles musical.

[28] Casas excavadas en el cerro, que estuvieron habitadas hasta 1965. Se dice que fueron las viviendas de los antiguos habitantes de la localidad, en tiempos prehistóricos.

[29] Es decir, un dato que no corresponde a la época.

[30] Se publicó su Viaje por la Mesa de Ocaña en la editorial Azarque. Su editor fue Felipe Pedraza.

[31] Virgen de la Novena y del Buen Parto, patrona de los cómicos.

[32] Diego Navarro Bonilla habla de estos espías en su libro Cartas entre espías e inteligencias secretas en el siglo de los validos. De Torres a Gaspar de Bonifaz, editado en 2007.

[33] Quedan dos situadas en una zona fuera del recorrido, próxima a la plaza de toros. Hasta hace apenas unos años, todavía manaba agua en la fuente Arriba y la fuente de la Mina.

[34] Tópico literario: “Goza el día”, aprovecha el tiempo.

[35] Vendedor de bulas papales, es decir, permisos para –a cambio de sustanciosas sumas de dinero- esquivar los mandamientos de la Iglesia.

[36] Había una fábrica de jabones en las afueras de la villa, en el camino de Ocaña concretamente, famosa por la calidad de sus productos, elaborados con el aceite de la zona.

[37] Se llamaban así a las compañías que no tenían permiso para actuar en la Corte, y vivían de las giras por provincias.

[38] Papeles típicos de las comedias en el siglo XVII. La ropilla es una prenda, que puede asociarse a la chaqueta actual.

[39] Décima de Cipriano en El mágico prodigioso de Calderón. Jornada I. El galán pide cuentas a la dama de los requiebros de otros dos personajes: Lelio y Floro. Ella se defiende, porque a ninguno de los dos corresponde. En tiempos del emperador Diocleciano, esta romana ha jurado la fe de Cristo y rechazado los placeres de la vida. Terminará condenada a morir en las fauces de las fieras. Cipriano la acompañará al final de la obra.

[40] Soneto con un terceto más; es decir, diecisiete versos y no los catorce habituales.

[41] Instrumento musical de viento con el que se iniciaban las representaciones teatrales, se anunciaban ejércitos…

[42] Allí vivieron el cardenal Tenorio en el siglo XIV, Alonso Carrillo (XV-XVI), Fonseca, Tavera, Silíceo, el Gobernador General del arzobispo don Tello Girón, en el XVI.

[43] Data del siglo XVI

[44] La villa fue reconquistada a los árabes por Alfonso VI; Alfonso VIII la cedió a los arzobispos de Toledo. Una bula de 1574 se la cedió a Felipe II junto con las aldeas de Villasequilla, Melgar, Cinco yugos, y Pela y Cabeza) hasta que éste la vendió en pública subasta. El comprador fue el concejo de la villa, que pagó por ella 50.000 ducados.

[45] Una de las seis escenas grandes del retablo: Adoración de los Pastores, Flagelación, Camino del calvario, Resurrección y Ascensión, y las medias figuras de santos, Santa Águeda, Santa Mónica, La Magdalena, San Bartolomé, San Agustín, San Sebastián y San Roque.

[46] Cada año se introducen cambios, escenas nuevas, aunque se conserva el espíritu y el texto fundamental del espectáculo.